LOS AGUDOS VERSOS que, acaso, dos prohombres del siglo XIX se cruzaran a propósito de quién sabe qué menudencia nos ofrecen nueva ocasión (nunca faltan si andamos despiertos) para cerciorar la irrefragable mentira en que vivimos. Dos hombres liberales, Pedro Mata (1811-1877) y Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), no podían —si se me permite el giro ocular— ni verse.
El reusense Pere Mata i Fontanet (padre de la medicina forense) era, leemos en López Núñez, “un médico muy sabio, muy inteligente y muy bondadoso” (España Médica, 15 de octubre de 1930, p. 9), y de el dícese “tan respetado entre los hombres de ciencia como querido de las masas por su simpática elocuencia y su arte en popularizar los conocimientos filosóficos” (Los diputados pintados por sus hechos, R. Labajos, ed., 1869, tomo I, p. 164). Y por fin añádese (p. 167):
El reusense Pere Mata i Fontanet (padre de la medicina forense) era, leemos en López Núñez, “un médico muy sabio, muy inteligente y muy bondadoso” (España Médica, 15 de octubre de 1930, p. 9), y de el dícese “tan respetado entre los hombres de ciencia como querido de las masas por su simpática elocuencia y su arte en popularizar los conocimientos filosóficos” (Los diputados pintados por sus hechos, R. Labajos, ed., 1869, tomo I, p. 164). Y por fin añádese (p. 167):
Las notables prendas del Dr. Mata, su claro entendimiento, su instrucción vasta y profunda, su laboriosidad, la pureza de sus costumbres, la amenidad y sencillez de su trato, y sobre todo, y más que todo, la facilidad y el encanto de su palabra, le han granjeado un nombre envidiable en política, y uno no menos ilustre entre la entusiasta juventud universitaria, que le ama con frenesí y lo respeta hasta la veneración.
Bretón era en cambio un riojano picajoso e irascible, que la víspera de Navidad de 1818 había perdido de una cuchillada el ojo izquierdo “en un famoso pero nunca bien esclarecido lance de honor”. No fue en cualquier caso en ejercicio del honorable servicio a la Patria al que, huyendo de un tío materno poco afectuoso, vino a entregarse en un gesto, más que noble bravucón, el literato ya por siempre tuerto (Felipe Alaiz de Pablo, Revista Blanca, 15 de julio de 1936). Dedicó Bretón su teatral pluma a la infatigable y tal vez justa pero biliosa sátira de las perniciosas costumbres de sus conciudadanos. Censura que, al parecer, no alcanzaba a las propias, al menos a las que regían la convivencia con su ínclito vecino don Pedro Mata. Así lo contaba Màrius Serra en su columna de La Vanguardia el 23 de abril de 2012:
Resulta que Bretón tenía una agitada vida nocturna que molestaba a su vecino, hasta el punto de que a menudo los juerguistas se equivocaban de puerta a altas horas de la madrugada y despertaban al doctor. Mata, enfadadísimo, colgó un letrero en la puerta que jugaba con el apellido de su vecino: “No vive en esta mansión/ningún poeta bretón”. La idea era disuadir a los noctámbulos, pero consiguió una respuesta jocosa que ya ha atravesado dos fines de siglo [...]. Bretón esparció un pasquín por todo el barrio madrileño donde vivían con unos versos deliciosos. Decían:
La Academia de la Lengua, que tanto hace padecer a nuestro venerable idioma, padeció a Bretón como secretario y dictador en los años postreros del comediógrafo, eterno resentido, vidrioso cascarrabias que amañaba las actas para no poner en evidencia sus raptos de humor ácido. Después de medio siglo de escribir cuchufletas llegó a ser un insoportable misántropo...
No se compadece tanta algazara con esta misantropía. Máxime si hemos de aceptar (Vall, 2005, p. 20; siguiendo a Gras i Elias, 1909) que la réplica en cuarteta de Mata apareciera en el Diario de Reus el 4 de marzo de 1868. Rezaba así:
Sobre la veracidad del aserto da cuenta al año siguiente la ya citada biografía de Labajos, en la que se sostiene que “su moralidad política y [su conciencia de profesor] no lo ha permitido ejercer nunca el arte de curar, por el cual siente y ha sentido siempre invencible repugnancia” (ob. cit., p. 167).
Resulta que Bretón tenía una agitada vida nocturna que molestaba a su vecino, hasta el punto de que a menudo los juerguistas se equivocaban de puerta a altas horas de la madrugada y despertaban al doctor. Mata, enfadadísimo, colgó un letrero en la puerta que jugaba con el apellido de su vecino: “No vive en esta mansión/ningún poeta bretón”. La idea era disuadir a los noctámbulos, pero consiguió una respuesta jocosa que ya ha atravesado dos fines de siglo [...]. Bretón esparció un pasquín por todo el barrio madrileño donde vivían con unos versos deliciosos. Decían:
Vive en esta vecindad
cierto médico poeta
que al fin de cada receta
pone “Mata” y es verdad.
Pedro Mata se había instalado en Madrid en 1842, apenas alcanzada la treintena, para ocupar el puesto de secretario del Congreso (tras haber ya ejercido como alcalde de Reus y Barcelona). Al año siguiente abandonó sus cargos políticos y fue nombrado catedrático de Medicina Legal en la Universidad de Madrid. Bretón, ya entonces académico de la RAE, contaba 46 años y fue nombrado a su vez aquel mismo año 1843 administrador de la Imprenta Nacional y director de la Gaceta de Madrid. Resultan en este contexto algo inverosímiles las aducidas jaranas nocturnas del dramaturgo como causa del encono entre ambos próceres. Ilustraba el anarquista Alaiz de Pablo (loc. cit.) el subsiguiente devenir académico y vital de Bretón:
La Academia de la Lengua, que tanto hace padecer a nuestro venerable idioma, padeció a Bretón como secretario y dictador en los años postreros del comediógrafo, eterno resentido, vidrioso cascarrabias que amañaba las actas para no poner en evidencia sus raptos de humor ácido. Después de medio siglo de escribir cuchufletas llegó a ser un insoportable misántropo...
No se compadece tanta algazara con esta misantropía. Máxime si hemos de aceptar (Vall, 2005, p. 20; siguiendo a Gras i Elias, 1909) que la réplica en cuarteta de Mata apareciera en el Diario de Reus el 4 de marzo de 1868. Rezaba así:
Este médico poeta,
a quien así se maltrata,
ni visita ni receta,
y, por lo tanto, no Mata.
Sobre la veracidad del aserto da cuenta al año siguiente la ya citada biografía de Labajos, en la que se sostiene que “su moralidad política y [su conciencia de profesor] no lo ha permitido ejercer nunca el arte de curar, por el cual siente y ha sentido siempre invencible repugnancia” (ob. cit., p. 167).
El caso es que en tales fechas ¡Mata contaba 56 años y Bretón 71! Mucho jaleo para un septuagenario insociable y gruñón. Aunque mejor relato de lo ocurrido tampoco pueda ser el que ofrece, sin sentido y del revés, Alaiz de Pablo (ob. cit., pág. 81). Otra tiene que ser la historia de este poético lance de honor. 🔷