A pesar del conocido desapego de Husserl por la historia mienta con claridad el “nominalismo medieval” como fuente de los males del empirismo que afronta. En términos generales reconoce al nominalismo el mérito de haber combatido dos realismos, dos inaceptables hipóstasis de lo universal: el realismo metafísico platonizante y el realismo psicologístico lockeano (IL, Investigación segunda, §7). Si impugnó en el medievo la existencia real de las especies fuera del pensamiento (así Occam: “ninguna cosa existente fuera del alma es universal”), en la modernidad habría desplazado dicha realidad del pensamiento mismo. El primer paso habría sido necesario, el segundo excesivo. Si el nominalismo medieval dijo que no había otra universalidad que la del concepto, su moderna radicalización habría relegado esta universalidad a mero artificio. Y eso sí que no. Universales haylos, clama Husserl. Culpables también. Los empiristas británicos.
A decir de Husserl, la imprecisa determinación de las ideas abstractas por parte de Locke habría llevado a sus seguidores (Mill, Berkeley, Hume, en una reacción excesiva, §15) a negar los objetos y la significación de las representaciones universales (§15, p. 325, Altaya, 1997) para tomarlos como meros artificios (§24), idea que ya habría introducido el mismo Locke al referirse a “operaciones que economizan pensamiento” (idem). (Resulta algo confusa la remisión en nota final del mismo epígrafe a la teoría de la economía del pensamiento de Mach y Avenarius, de quienes cabalmente equipara en el capítulo noveno de los Prolegómenos su biologicismo con el psicologismo que reprocha a los empiristas británicos, pero cuya querencia nominalista resulta difícil asimilar).
Dos serían para Husserl las características del “nominalismo moderno” (§15): (1) un “ciego juego asociativo de los nombres —como meros sonidos verbales— con el propósito de poner en claro el sentido y la función teorética de lo universal” (ibidem, p. 324), proceder que se verá representado en la imagen de los haces, que Husserl reprocha a Locke (§24) como luego Binswanger (1924, p. 425) a Hume con la mirada puesta en Bleuler; y, más importante, (II) el pasar por alto “el sentido viviente de los signos” (p. 324) o, dicho de otro modo, la dación de lo universal mismo (p. 325). Si el universal no es dable, pues —como sostendrá Occam— “en la realidad no se da unidad alguna más que la unidad de la singularidad”, apañármelas tendré con un hatillo por mi compuesto (ya que para la inabarcable extensión de los singulares mi humana condición no da). Apañármelas puedo, ya que no niega Occam la universalidad del conocimiento, solo la realidad exterior de dicha universalidad. Este recurso, entendido como método hipotético o secundum imaginationem, proliferó ciertamente en las universidades del Bajo Medievo.
Mas no puede olvidarse que, en la tripartición de discurso y términos de Boecio que Occam asume, junto a los termini prolati o scripti, hablados y escritos, los termini concepti, hospedadores de universalidad (Coppleston, 1994, III, p. 62) responden (a diferencia de los modos convencionalmente instituidos de significación de los primeros) a una “intención del alma” que sostiene su significación natural. ¿No asoma acaso “el sentido viviente de los signos” en esta intención? La realidad rechazada por Occam lo era en un sentido muy preciso y en un contexto bien conocido: la disputa de los universales, arrastrada desde Porfirio pero enconada en el medievo. Cuestiona Occam la realidad del universal como existencia, mas no en esencia. El esse objectivum de las ideas como intenciones permanece, es dable, y, de hecho, el alma se muestra naturalmente dispuesta a ello: “Es, pues, de saber que se llama intención del alma algo que hay en ella apto para significar otra cosa”, escribe Occam. Este “algo” será de inmediato definido como “acto”. Así, el reproche que Husserl dirige a los empiristas (§31, p. 352) de atenerse a lo palpable, el nombre, y desatender el acto, no parece hallar justificación tan antigua. Antes bien, halla la vivencia intencional definición precisa en la propuesta occamiana. Concede Miralbell (2007, p. 42) que Occam abre la puerta a la renuncia de la intencionalidad pura (esto es, abre la puerta a la invasión de los nudos nombres) al reducir los conceptos a signos, cuyo reconocimiento de realidad precederá a su esse intentionale (nada tiende si nada hay), premisa que conducirá al nominalismo radical del nuda nomina tenemus. Mas no lo concluye así Occam. El nominalismo no es eso todavía. La intencionalidad resiste. El nombre nombra.
A decir de Husserl, la imprecisa determinación de las ideas abstractas por parte de Locke habría llevado a sus seguidores (Mill, Berkeley, Hume, en una reacción excesiva, §15) a negar los objetos y la significación de las representaciones universales (§15, p. 325, Altaya, 1997) para tomarlos como meros artificios (§24), idea que ya habría introducido el mismo Locke al referirse a “operaciones que economizan pensamiento” (idem). (Resulta algo confusa la remisión en nota final del mismo epígrafe a la teoría de la economía del pensamiento de Mach y Avenarius, de quienes cabalmente equipara en el capítulo noveno de los Prolegómenos su biologicismo con el psicologismo que reprocha a los empiristas británicos, pero cuya querencia nominalista resulta difícil asimilar).
Dos serían para Husserl las características del “nominalismo moderno” (§15): (1) un “ciego juego asociativo de los nombres —como meros sonidos verbales— con el propósito de poner en claro el sentido y la función teorética de lo universal” (ibidem, p. 324), proceder que se verá representado en la imagen de los haces, que Husserl reprocha a Locke (§24) como luego Binswanger (1924, p. 425) a Hume con la mirada puesta en Bleuler; y, más importante, (II) el pasar por alto “el sentido viviente de los signos” (p. 324) o, dicho de otro modo, la dación de lo universal mismo (p. 325). Si el universal no es dable, pues —como sostendrá Occam— “en la realidad no se da unidad alguna más que la unidad de la singularidad”, apañármelas tendré con un hatillo por mi compuesto (ya que para la inabarcable extensión de los singulares mi humana condición no da). Apañármelas puedo, ya que no niega Occam la universalidad del conocimiento, solo la realidad exterior de dicha universalidad. Este recurso, entendido como método hipotético o secundum imaginationem, proliferó ciertamente en las universidades del Bajo Medievo.
Mas no puede olvidarse que, en la tripartición de discurso y términos de Boecio que Occam asume, junto a los termini prolati o scripti, hablados y escritos, los termini concepti, hospedadores de universalidad (Coppleston, 1994, III, p. 62) responden (a diferencia de los modos convencionalmente instituidos de significación de los primeros) a una “intención del alma” que sostiene su significación natural. ¿No asoma acaso “el sentido viviente de los signos” en esta intención? La realidad rechazada por Occam lo era en un sentido muy preciso y en un contexto bien conocido: la disputa de los universales, arrastrada desde Porfirio pero enconada en el medievo. Cuestiona Occam la realidad del universal como existencia, mas no en esencia. El esse objectivum de las ideas como intenciones permanece, es dable, y, de hecho, el alma se muestra naturalmente dispuesta a ello: “Es, pues, de saber que se llama intención del alma algo que hay en ella apto para significar otra cosa”, escribe Occam. Este “algo” será de inmediato definido como “acto”. Así, el reproche que Husserl dirige a los empiristas (§31, p. 352) de atenerse a lo palpable, el nombre, y desatender el acto, no parece hallar justificación tan antigua. Antes bien, halla la vivencia intencional definición precisa en la propuesta occamiana. Concede Miralbell (2007, p. 42) que Occam abre la puerta a la renuncia de la intencionalidad pura (esto es, abre la puerta a la invasión de los nudos nombres) al reducir los conceptos a signos, cuyo reconocimiento de realidad precederá a su esse intentionale (nada tiende si nada hay), premisa que conducirá al nominalismo radical del nuda nomina tenemus. Mas no lo concluye así Occam. El nominalismo no es eso todavía. La intencionalidad resiste. El nombre nombra.
Cuando con el nombre se nombra algo concreto, esto es, cuando el nombre está pro re, se trata de un caso proposicional de suppositio personalis, única significativa para Occam. No reconoce Occam en cambio significación cuando el nombre está (así en la suppositio materialis) pro se (como representante de sí mismo en cuanto palabra), ni cuando (en la suppositio simplex) del nombre se predica lo universal común. Lo universal común remite (y aquí enmienda Occam a su tocayo de Schireswood) a la intención, no al significado. En resumen, la universalidad puede no ser significativa para Occam pero no deja de ser intencional, y en cualquier caso nada dice de la existencia del concepto: “al lógico sólo le corresponde decir que la sustitución simple no se da por su significado; y cuando el término es común tiene que decir que la sustitución simple se da por algo común a su significado. Pero a él no le corresponde decir si aquello común se da en la realidad o no”, escribe Occam. No niega, por tanto, la realidad del universal (de lo ideal-objetivo husserliano); y sí destaca en cambio en él aquella viveza de lo intencional que tan cara será a Husserl.