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Ramos, 2006: fenomenología y empirismo en psicopatología

La denuncia no ha prescrito. Alertaba Pablo Ramos en 2006 sobre el precario estatuto científico de la psiquiatría, entendida la cientificidad como un proceder capaz de asentar coherentemente los saberes de la especialidad de modo que posibilite su progreso. Dicha insuficiencia la atribuye a la particular incapacidad del modelo empírico-analítico hasta ahora privilegiado para aprehender las vicisitudes del campo de experiencia propio de la psiquiatría, esto es, el psicopatológico. Identifica el autor dos dificultades principales.

La primera consiste en que dicha “cientificidad no se encuentre en un lugar de experiencia originaria”. Y ¿cuál es esta experiencia originaria en la que debería hallarse? No piensen en arcanos de trabajoso alcance ni en rebuscadas elucubraciones de una oscura metafísica. El lugar de experiencia originaria de la psiquiatría es el encuentro con el paciente. Tan sencillo y, al parecer, tan complicado. Tan complicado que no parece haber teórico de la psiquiatría que no postule otro lugar: el cerebro desde Griesinger, el inconsciente desde Freud, el lenguaje, la cognición, el sujeto trascendental. Ramos no pierde el norte: “La cuestión es si es posible y cómo pensar la experiencia psiquiátrica desde lo que se presenta tal y como se presenta y no desde la causa como única y exclusiva categoría de inteligibilidad”.

El segundo escollo que denuncia en la cientificidad aludida es la abstracción cuantificable que hace de la experiencia. Señala que dicha cuantificación es posible solo al precio de la mentada emancipación de la experiencia, sacrificio que impediría rendir resultados fructíferos. Números olvidados de la realidad. Y creemos que es ciertamente así, aunque queremos detenernos en lo siguiente. Señalada la despreocupación de este proceder analítico por la realidad, sostiene Ramos que al empirismo al uso le importa ya solo tener un ente de razón sobre el que operar (v.g. esquizofrenia, obsesión, ansiedad,...). La realidad del encuentro con el paciente no interesa al empirismo, que daría por resuelta la experiencia originaria una vez alcanzada su “nominación”. Así lo escribe (p. 39): “En una palabra, sucede algo en nuestro acceso al enfermo, al otro, a sus manifestaciones, ocurre algo en el momento primario de encuentro con el paciente, allí donde solo se da la experiencia constitutiva de la psiquiatría, que es pasado por alto hacia el establecimiento de palabras que nos permiten operar con ellas como si de funciones se tratase y hacer todo tipo de inferencias, al margen de la experiencia originaria, pero como si esta experiencia estuviera ya invalidada, superada, asimilada y consolidada. Nada más falso”. Y no se arredra a la hora de identificar las principales ramas de este empirismo baldío": el reduccionismo cientificista" y el terrorismo interpretativo" (p. 46).

Pero entonces, ¿es la propuesta de Ramos un modo de empirismo o todo lo contrario? Apela el autor a la realidad empírica, a la experiencia originaria, pero rechaza la tendencia nominalizadora del empirismo, sus “componendas de palabras”. Tengamos en cuenta que, como el título de su trabajo anuncia, se propone el autor tratar sobre el papel de la fenomenología en la psiquiatría. ¿La fenomenología es empirismo? Pocos lemas parecerían definir mejor esta vocación que el archisabido de la vuelta a las cosas mismas. Y sin embargo…

Empirismo

En la segunda de sus Investigaciones Lógicas entra Husserl en confrontación con el empirismo británico. ¿Cuál es el sentido de dicha pugna? ¿Podría acaso pensarse, desde la psiquiatría y como de algún modo hizo Jaspers, que la fenomenología puede ofrecer una alternativa al empirismo que viene guiando, en cuanto ciencia médica, sus indagaciones?

Husserl defiende en esta lid los objetos ideales frente a las individualidades empíricas. Combate aquella concepción empirista que, nos dice, desdeña la necesidad de los objetos específicos (para él los ideales) para entregarse a su mundana extensión (§4). Esto es: reivindica para el conocimiento la idea de especie frente a la inabarcable multiplicidad de los individuos que la componen. Veamos un ejemplo. Según el empirista, para saber qué es la melancolía hay que ver a muchos pacientes melancólicos, tener de ellos una experiencia extensa. Solo de ahí se obtendrá por abstracción (inductiva) el concepto de melancolía, idea a la que no atribuirá el empirista realidad sino que la tomará como mero artificio (§§24-29), útil en su práctica clínica, en el diagnóstico y tratamiento, pero sin atribución causal. Lo que Husserl reprocha a este empirismo es que no justifica con tal procedimiento abstractivo la unidad de sentido de sus afirmaciones sobre lo extenso de su experiencia (§4), esto es: qué hace semejantes a tantos melancólicos. Lo que él propone, podríamos seguir argumentando, es atender a la representación universal (§14) de la especie melancólica, cuya realidad se haría subjetivamente (inmediatamente) consciente y a partir de ella podrían predicarse los casos singulares. ¿Responde esta lectura a la intención de Husserl?

No hay respuesta a esta pregunta. Husserl no pretende en la segunda IL ofrecer idea alguna de la especie melancólica ni de ninguna otra especie empírica. No persigue Husserl cimentar una ontología regional, solo fundamentar la lógica pura y la teoría pura del conocimiento (Introducción). En este sentido la fenomenología de las Investigaciones lógicas no es, no pretender ser, una alternativa al empirismo. Solo es una impugnación de la explicación psicológica de los juicios en que este pretende basar su conocimiento (§6). No hay mogivo hasta aquí para no considerar la fenomenología como un empirismo no psicologista.

Antipsicologismo

La discusión de Husserl con el psicologismo (Prolegómenos a la lógica pura) concierne exclusivamente a la fundamentación de la lógica o, como Husserl concede a Stumpf, a la fundamentación del conocimiento. Combate las tesis de Mill o Lipps, entre otros, por las que los fundamentos teoréticos esenciales de la lógica residirían en la psicología (Prol., §17). A la psiquiatría no debería por tanto incumbir más este debate que a la gastroenterología o a la aeronáutica. Cierto es, como Ramos señala (p. 40), que la filosofía de la mente ha venido a enturbiar de nuevo unas aguas cuyos cauces parecían ya razonablemente despejados.

El logicismo, que combatió las pretensiones psicologistas en la lógica, ha reavivado en la psicología un naturalismo recrudecido, apoyado en una dura ontología fisicalista neurológica (frente a la blanda objetivación de lo subjetivo operada por el psicologismo, p. 39). Cabría repetir ante los representantes de este psicologismo cerebrizado los reproches de Husserl (Prol., §19; donde se muestra menos contemporizador que en el §15 de la investigación segunda, p. 325) acerca del carácter sintético de las leyes que todo psicologismo puede ofrecer, y por tanto su insuficiencia para la fundamentación de la lógica, i.e., del conocimiento.

Pero cuidado. El psicologismo pretendía fundar la lógica sobre la psicología. La filosofía de la mente pretende fundar el saber sobre un logicismo naturalizado, también el saber de la psicología misma, incurriendo así en un círculo tautológico encerrado en el debate cuerpo-mente. El vórtice ha pretendido arrastrar también a la psicopatología.

Así concernidos, será necesario justificar la interrelación de las dos tesis que, siguiendo a Ramos para nuestro dibujo circular, articulan la filosofía de la mente: (a) el sometimiento de la actividad mental (entendida como campo propio de la psico(pato)logía) a sus condiciones materiales: la mente como función del cerebro; y (b) la relación que con el mundo pueda establecer un significado que prelaciona.

De mantenernos en una lógica lineal como la del primer psicologismo podríamos responder: la relación de conocimiento con el mundo depende (al menos en parte) de una actividad mental condicionada a su vez por un sustrato material, a lo que replicaríamos con el mencionado §19. Pero la circularidad ínsita en la filosofía de la mente requiere un equilibrio más complejo. El modo en que Ramos percibe la trabazón sería el siguiente (p. 38): (a) la mediación entre el cerebro y su expresión viene inscrita en un lenguaje y (b) la fenomenología participaría en el desentrañamiento de este proceder significativo. Y aquí es donde la intencionalidad resultará determinante.

Intencionalidad

La intencionalidad es la tesis positiva que da cuenta del carácter incumplido e incumplible del desiderátum de la escuela fenomenológica: dirigirse a las cosas mismas. Lo expresa Husserl en la Introducción a sus Investigaciones Lógicas, en traducción de Morente y Gaos, del siguiente modo: “Queremos retroceder a «las cosas mismas»” (§2, p. 218, Altaya, 1997). Ayuda esta formulación a mejor comprender el significado de la “reducción”, vertida por algunos autores con gran acierto como “reconducción”, pues se trata en efecto de reconducir nuestra atención desde una ingenua aceptación de los objetos mentados al mismo acto de mención, a las conexiones de esencia (§3). Se trata así, propiamente, de “«reflexionar»” (§3, p. 221). Comprender el significado de la reducción permite, escribe Ramos, advertir cómo ciertos atajos, así la comprensión por motivos sugerida por Jaspers (y censurada por Binswanger con razón), no hacen más que devolvernos a una consideración de lo psíquico como positividad objetivada, como, dirá Husserl, “propiedades y estados psíquicos de realidades animales” (§2, p. 220, cf. §3, p. 222). Denuncia en este sentido Ramos la pretensión de Christoph Mundt de establecer la intencionalidad como una función psicológica, y clama: “¿Se puede advertir aquí la ejemplificación más eminente de la abdicación del verdadero sentido de la intencionalidad bajo la influencia de la lectura cognitivista o reenvío hacia el más exacerbado psicologismo fisicalista revestido de ropajes fenomenológicos?" (p. 45). Si la fenomenología es, frente a la comprensión empírico-psicológica, una comprensión descriptiva (§§ 1-3, 6.3), lo es de significaciones, de objetividades lógicas, de cosas lógicas. Y estas significaciones deberán ser aclaradas “merced al retroceso a las conexiones de esencia (investigadas por análisis) entre la intención significativa y el cumplimiento significativo”  (§2, p. 219).

Esto es: la fenomenología implica un retroceso a la significación y el reconocimiento de su carácter intencional. Esta es la verdadera oposición, y por cierto radical, entre el empirismo y la fenomenología. No tanto sus distintas concepciones en la fundamentación de la lógica, como Husserl destaca, sino la ontológica apuesta por la condición de su objeto, real frente a ideal (que no es la oposición de lo externo frente a interno, como bien alerta en §3, p. 221). Por algo no invita Husser a ir a las cosas sino a volver a ellas.

Pero ¿por qué hay que volver? ¿No era acaso posible, según se había sostenido en los Prolegómenos (§23) la inmediata intelección de estas objetividades ideales? Bien ve Husserl que aquí afloran serias dificultades (Introducción, §3). De ellas, entendemos, partirá su giro trascendental. La intencionalidad es salida de la inmanencia, salida inescapable: “Es absolutamente imposible describir los actos de mención, sin recurrir en la expresión a las cosas mentadas” (§3, p. 222). Nos hallamos así sometidos a la sujeción empírica de las vivencias de significación (§5, p. 224). Esta es la tensión irresoluble: asidos (aferrados) a lo ideal, mientras somo a(he)rrojados (¡ay!) al mundo, a la vida.

Intencionalidad en psicopatología

Decíamos con Husserl que si la fenomenología era descriptiva lo era del acto de mención. Y ahora con Ramos: la inauguración de la psicopatología fenomenológica se da cuando el concepto apuntala la ingenua actividad descriptiva de la observación empirista. Este concepto, que posibilita para Ramos la autocomprensión del ejercicio cognoscitivo psicopatológico, responde al reconocimiento del nivel de la significación: “La psicopatología logra de esta manera definir para sí una distancia entre ser y sentido con la que operar a partir de entonces" (p. 42). Reconocida la distancia y atentos, entre sus polos, a la significación (puesto que de lo que se trata es de “distanciarse del mero hecho o acontecer clínico"; o de “retroceder" a la cosa misma, según veíamos en Husserl), no podemos dejar de reconocer una tensión, generada por este retroceso, respecto de lo que Ramos denomina aquí ‘ser' y Husserl ‘objeto mentado'. Esta distancia tensa es lo que conforma la intención (que no debe confundirse con una motivación), y esta es la que debe definir la vocación fenomenológica en psicopatología. De modo negativo respecto de la psicología asociacionista de corte bleuleriano o de la alternativa insuficiente que supusieron los complejos sintomáticos de Hoche (p. 41). La positiva tarea consistirá ahora, frente a la ciencia real explicativa que caracteriza la mera agregación de síntomas de estas propuestas, en “aclarar la idea del conocimiento en sus elementos constitutivos" (Introducción, §7, p. 229). Ramos lo escribe así: “articular la gramática con la que se llevan a cabo la asignación o atribución de significados clínicos de relevancia diagnóstica" (p. 42). Esto es, alumbrar el concepto que permita elevar el saber empírico ingenuo a ciencia filosófica: la intencionalidad.

¿Imposibilidad de un empirismo fenomenológico?

La intencionalidad ofrece la ventaja de aportar una definición de lo psíquico libre de hipóstasis de una instancia como lo mental o la conciencia. Es así como destaca Ramos en Husserl, frente a Brentano, lo fundamental en ella: su (intención de) contacto con el mundo. La intencionalidad no es un mecanismo cognoscitivo reproductor sino atingente. No hay reproducción, no hay copia, no hay duplicación (sujeto-objeto). Hay solo una vivencia. Es importante señalar, como Ramos no deja de hacerlo, que el objeto intencionado queda fuera de ella (y por ello la fenomenología solo puede ser descripción del acto de mención como índice del objeto, no descripción del objeto mismo, como la psicopatología descriptiva confunde). El objeto queda, pues, fuera. ¿Y entonces? ¿Cómo acontece una vivencia sin recurrir a la objetividad? E aquí el tropezón de la fenomenología primera. La inmanencia psíquica privilegiada por la fenomenología pretende mentar sin lo mentado y eso resulta, como ya se ha dicho, imposible (Introducción, §3). Imposible dentro del marco de las Investigaciones Lógicas.

Fenomenología y empirismo

Pero no termina con ellas la obra de Husserl, claro. Hay más, y a ello anima Ramos para cerrar el texto, a “plantear la posibilidad de una crítica al naturalismo en psicología desde la obra de Husserl" (p. 46). Para ello resultará de capital importancia percatarse de que “cada vez que actuamos psicopatológicamente llevamos a cabo un ejercicio intelectivo por comprender al otro desde el horizonte histórico que define nuestro presente como psiquiatras y el ámbito de encuentro que nos abre el paciente" (idem). Sólo así escaparemos al empirismo baldío, a un empirismo no fenomenológico:

“Ninguna experiencia científica en términos lógico-racionales del nivel superior de la constitución experiencial puede revocar sistemáticamente la experiencia fáctica, la evidencia cotidiana, concreta. Al menos siempre que persista cierta indemnidad de una mirada capaz de atenerse a lo que se presenta, y sepa y pueda escaparse de la coerción que impone la interpretación del mundo en términos psicologistas, una situación marcada irremisiblemente por la cesión ante el mecanicismo, ante lo que inunda nuestra memoria de metáforas de artilugios, de aparatos, entresijos y dispositivos". 🔷

(Actualizado 7 de marzo)


Sócrates en el fresco de la Universidad de Atenas
C. Rahl & E. Lebietski; foto G. E. Koronaios (CC-SA)